Después de más tiempo que la humanidad es capaz de recordar, por fin por fin por fin, he podido volver a visitar a mi fiel amigo Jesu. Como compartimos tantas memorias dulces de otras excursiones juntos, volver a palear juntos sentía como llegar a casa.
Jesu ha sido mi primer ejemplo como kayakista y sigue siéndolo. Es unos de los mejores kayakistas españoles que conozco. Siempre es un placer buscar el movimiento con él. Y movimiento es lo que encontramos! En la ruta hacia San Fernando, avisaron del fuerte viento en las autovías. Así se sabía que iba a ser chulo.
Apenas he tenido un momento para soltar la pala y hacer unas fotos, por lo que hay pocas imágenes en este relato. El Sábado pasábamos la mañana en la desembocadura del río San Pedro, cogiendo olas (¡por casualidad es justo el sitio en que nos conocimos hace años!). La marea con coeficiente alto, subiéndose en contra del viento de 20 nudos, con rachas hasta 30: no nos faltó nada. Es curioso cómo las olas se rompen allí. Una vez que se empieza a formar la espuma encima, a veces siguen rodando por cientos de metros sin que se disminuye su altura.
Por la tarde fuimos al castillo de Sancti Petri, donde el mar se comportó de modo muy distinto, pero de nuevo era suficientemente violento para no aburrirnos ni un segundo. Detrás del castillo, Jesu, pasó entre sus rocas favoritas por un hueco estrecho. La ola gigantesca que, por casualidad(?), rompió justo en la salida después de que Jesu había pasado por allí, me convenció no copiarle el truco.
El día siguiente volvimos a coger más olas en la desembocadura del río.
Qué fin de semana agradable, todo ha sido como antes. He disfrutado un montón y no en el último lugar de nuestra amistad. Doy todas las gracias a Jesu por recibirme con los brazos tan abiertos, aunque había pasado tanto tiempo sin vernos. ¡No dejemos que pase tanto tiempo de nuevo!