Con el objetivo de ver cada metro de la costa de toda la Península Ibérica, navego cada excursión por otro tramo de ella. Considerando el trayecto desde Gandía (sur de Valencia) hasta la frontera Portuguesa en Huelva, sólo me faltó la parte desde Mazagón hasta el país de nuestros vecinos, es decir unos 60 kilómetros. Visto que habría que pasar por tres desembocaduras de aguas interiores, me parecía mejor navegar cuando se da un coeficiente bajo/medio. Entonces, en medio de enero o en los fines de enero, en función de las predicciones meteorológicas.
Por gran parte, esta afición es la culpable de los numerosos desplazamientos con la furgo sobre la tierra, ay! ya tiene una distancia cubierta… (este viaje paso por 300.000 km)
Cuándo me contactó una amiga de Elly, que se llama Verenike (de Austria), había planeado realizar dicho tramo en solitario ya. Apenas nos conocíamos, pero Verenike me convenció que realmente le gustaría acompañarme y estaba muy entusiasmada. Había probado el kayak de mar una vez antes, aunque en circunstancias totalmente favorables y no en el océano. Me daba duda, pero al final decidí aceptar la responsabilidad y llevarla.
Ella vino desde Portugal donde trabajaba durante un par de meses, y yo desde el pueblo de los higos en el que vivo, Extremadura. Nos encontramos en Isla Cristina, en la que dejamos uno de nuestros coches, para luego empezar la travesía en Mazagón.
Apenas había posibilidad de observar cómo se defendía Verenike antes de realmente iniciar la ruta, porque desde la playa de Mazagón la primera cosa que había que hacer fue separarnos 3,2 kilómetros de la playa. Aquella es una zona de industria, entran y salen grandes buques, con un muro estrecho de piedra que hay que rodear. Con el viento y las olas en nuestro favor, la idea era intentar llegar el mismo día, pues palear al menos 50 km al camping localizado en Isla Cristina. Ahora acompañado, era muy consciente de que era bastante probable que no íbamos a lograr cubrir esta distancia en un sólo tiro, estaba preparado para un plan B y también para el siguiente, el famoso plan C. Sobre todo porque nos encontrábamos justo en el medio de una ola nacional de frío (ola: me encanta esta palabra, jeje) y encima para el día siguiente dieron viento de 30 nudos. No exactamente ideal para una principiante.
¡Pues adelante!
Salimos con la primera luz del día, a buscar el faro que indica el extremo del canal náutico de Mazagón.
Verenike paleaba bastante bien, equilibrada y con un ritmo constante, ni demasiado rápido ni lento. Ambos suponíamos que había posibilidad de llegar al lugar de destino el mismo día.
Poco oleaje, el viento a favor, el cielo despejado y la temperatura baja.
Sin embargo, y nada asombroso, el cansancio empezaba a jugar un papel cada vez mayor.
Después de una pausa en un chiringuito en Punta Umbría para recargar la batería, la energía se había recuperado.
Pero no todo podía seguir siendo tan fácil… En la desembocadura del río Piedras (Portil) hay un banco de arena que se queda seca durante bajamar. Por supuesto allí no hay mucha profundidad, y como sabemos todos los kayakistas, en esos sitios las olas son empujadas hacia arriba. En concreto: olas rompientes! La primera le cogió el kayak a Verenike y se empezó a surfear de modo muy chulo. Sí señor, así se hace! Pero no pasó mucho tiempo, cuando una segunda ola, esta vez del lado (venían de todas direcciones), le acercó de forma inesperada y Verenike se volcó.
Estuve a su lado y en muy poco tiempo ya se volvió a sentar en su kayak, pero el susto quedaba. El pelo mojado y una sonrisa prudente en la cara.
Me parecía mejor aceptar que no íbamos a llegar a nuestro destino en este día y paramos antes de la oscuridad para organizarnos tranquilamente. Hicimos 34 km. La puesta de sol emitió paz. Las líneas, los colores y los contrastes como un cuadro abstracto.
Para aquella noche, las predicciones dieron mucho más viento y bastante oleaje. Demasiado viento para continuar nuestra travesía. Visto que en otra ocasión ya me había pasado que el viento me “robó” mi kayak (voló cientos de metros antes de chocar violentamente contra el suelo). Aprovechamos la presencia de una boya grande que trajo el mar. Estaba media llena de agua y pesaba muchísimo, pues nos podría proteger contra el levante esperado. Excavamos los kayaks un poco y los atamos entre ellos. ¡Hora de cocinar la cena!
Sorprendentemente, la tormenta nunca llegó. El viento desde luego sí aumentó, pero no demasiado fuerte.
Mientras Verenike descansó bien por la mañana, puse una línea con el cabo de remolque para secar las ropas. A las 11:30 perdí la paciencia y le desperté con un café caliente y un par de galletas de semillas sésamo. Ese día no se sentía bien. Le dolía la muñeca, le faltaba la energía, se sentía emocional y encima estuvo mareada.
Ya después de 4 km decidí que no tenía mucho sentido seguir así, aunque tengo que admitir que en silencio me costó añadir incluso otro día más a nuestra ruta, que para mí hubiera sido una ruta sencilla y fácil. Bueno Jasper, ¡cállate, el objetivo principal es disfrutar del viaje, del ambiente y de la compañía tan agradable de Verenike! Entonces volví a aceptar la situación sin quejas y nos acercamos a la playa para otra noche improvisada.
Menos mal que después de un rato en tierra se recuperó y reímos muchísimo. Como siempre, estaba preparado para todo (es el motivo que mis compañeros muchas veces dicen “Joder Jasper, cuánto pesa tu maldito kayak eh!?”) y no nos faltó comida ni bebida ni ropa. Buscamos conchas, cocinamos una cena rica y amplia y charlamos sobre nuestras vidas.
La mañana siguiente mi tienda de campaña y el saco de bivac de Verenike estuvieron cubiertos con una capita de hielo, pero no pasamos frío.
El tercer día hicimos los 12 km restantes con facilidad. El mar estuvo un poco más movido pero ya no afectó a Verenike.
¡Misión cumplida, ya estamos al lado de la frontera Portuguesa!
Para celebrar la travesía, Verenike opinó que fue imprescindible tirarse de cabeza desnudos en el océano. Después de intentar evitar justo lo contrario durante los días pasados, es decir NO caer al agua, nos quitamos la ropa y corrimos al agua, dejando nuestro fotógrafo con la boca abierta en la playa… brrrrrr!
Desgraciadamente se acabó la travesía. Es el único inconveniente de las travesías en kayak; que en algún momento terminan. Monté el carrito y andamos al camping. En él pasamos la noche antes de volver a casa. La ducha caliente fue genial. Fueron unos días preciosos e inolvidables, a pesar de que tardamos más de lo planeado. Los dos hemos disfrutado muchísimo. Doy todas las gracias a Verenike y su positividad, admiro su fuerza interior; gracias!